«Paisatge: vista d’un indret natural.» Diccionari General de la Llengua Catalana
«Parte de un territorio que puede ser observada desde un determinado lugar.» Diccionario de la Real Academia Española
En la definición de paisaje queda integrado y como elemento imprescindible, el observador. No hay paisaje, pues, sin la mirada, la vista.
Los miradores han sido, a lo largo de la historia, puntos estratégicos de encuentro visual con la naturaleza. Han ido transformándose, desde su total integración en el paisaje (o, directamente, desde el mismo paisaje) hasta su lucimiento como tales. Nuevas propuestas ofrecen sensaciones y experiencias vertiginosas en contra de la integración en la belleza natural del paisaje. Parece como si la experiencia directa de este se supeditara a la contemplación visual, más distante, una mirada en cierto modo más superficial y que concede al paisaje un cierto carácter más plano, transformándolo en una imagen. El mirador construido sitúa al observador en un punto concreto proponiéndole: «sitúate aquí, y mira esto».
Un punto elevado de un accidente geográfico, la cima de un edificio o construcción monumental, una infraestructura elevada, el ensanchamiento de una carretera panorámica…, todos, con un mismo objeto: constituir un elemento singular desde donde observar una vista paisajística destacable y concreta.
Como muestran las postales anteriores (figs. 2-7), el proceso de observar el paisaje natural desde la desnudez del hombre (el hombre ante la inmensidad de la naturaleza), en una visión romántica de la relación hombre-paisaje, donde la persona se convierte en un ser ínfimo frente la naturaleza sublime, evoluciona para convertirse en una relación de la persona que observa un nuevo paisaje construido, más urbano o, en caso de observar igualmente un entorno natural, lo hace siempre a través de un elemento construido y artificial como es el mirador. El artificio llevado al límite da lugar a escenas con encanto y romanticismo cero (fig. 8).
El usuario, desde el mirador, domina y ordena visualmente el paisaje, la misma estrategia que fundamenta numerosas propuestas de obras de Land Art.
Por ejemplo, Sun Tunnels (Mckee, 2011), obra de la artista estadounidense Nancy Holt, se concibió como mirador y permitió que, a través de ella, se dominara el vasto espacio que la rodea. La obra condensa la inmensidad del desierto otorgando escala a un paisaje que, sin ella, sería, visualmente y mentalmente, inalcanzable.
En la 2a. Biennal Internacional Andorra Land Art de 2017 se presentaban también algunas propuestas en esta línea, como, por ejemplo, el Mirador cardinal, de Dani Torres, un caso donde el mismo elemento-mirador introduce varios puntos de vista posibles.
Contemplar el paisaje desde miradores
Una de las formas contemporáneas de contemplación de los paisajes urbanos y rurales es a través de los miradores. Los miradores son aquellos puntos elevados desde los cuales la ciudadanía puede disfrutar de amplias panorámicas y fomentar valores como el de la contemplación. Estos espacios privilegiados nos seducen, estimulan y, evidentemente, nos fomentan el aprecio por los paisajes, y al mismo tiempo, son lugares donde se pueden experimentar sensaciones de placer, euforia o tranquilidad. Algunos también hacen una función de paisajes refugio, donde las personas buscan reencontrarse a sí mismas o donde, simplemente, puedan evadirse de la presión con la que viven y abrazar el abrigo o el silencio. No se trata, pues, de una contemplación meramente visual, sino también sensorial, emocional y vivencial. Los catálogos de paisaje que ha elaborado el Observatori del Paisatge de Catalunya han identificado 550 miradores, localizados eminentemente en lugares elevados, accesibles, con mayor amplitud escénica y con vistas atractivas y variadas que permiten captar todos los matices de los paisajes a diferentes escalas: cumbres, cerros, riscos, edificios públicos de las ciudades, plazas, cementerios, murallas, torres, faros, márgenes de las carreteras y autopistas o, a veces, un simple banco donde sentarse. Algunos de estos puntos de observación del paisaje incluyen medios explícitos para la interpretación de los paisajes, sobre todo planos, mientras que, en otros, la esencia de cada paisaje y su significado se pueden inducir a través del conocimiento, la experiencia y la mirada de cada persona.
Pere Sala, director del Observatori del Paisatge de Catalunya
Miradores para contemplar… y ser contemplados
Aparte de pensar en el diseño de un mirador desde un punto de vista etéreo y teórico (integración en el paisaje, poética de observar, experiencia), cabe destacar que, en la práctica, el mirador requiere (o se pretende como imprescindible) toda un serie de premisas prácticas: señalización, mapas y tablas interpretativas, aparcamientos, asientos, papeleras, e incluso, en algunos casos, bares, restaurantes y, como no, tiendas.
El mirador es «el lugar» elegido para observar el paisaje, pero como podremos ver con un gran número de ejemplos, es mucho más que eso. Encontramos una gran variedad de elementos, escaleras, protagonismos, contextos… Miradores urbanos, panorámicos, en rutas ornitológicas, de viñas, en paisajes naturales… Un amplio abanico que sigue vigente. Se siguen construyendo miradores por todas partes.
Hace unos meses, el Ayuntamiento de Les Borges inauguraba el Mirador del Castell Alt, con vistas sobre el valle de Femosa. Se trata de un elemento de poca entidad constructiva y que consiste en una plataforma con barandilla que enmarca visuales sobre el valle, desde la cañada. Consiste en un plano formado por religa, apoyado en una estructura metálica que se cierra con barandilla en la parte septentrional y tiene un marco para dar énfasis a su presencia en el paisaje.
El marco
La manera de mirar las formas de la naturaleza y los afanes de los hombres que la han transformado convierte al territorio en paisaje: deviene, pues, como dice Xerric, en una suma de imágenes mentales y percepciones de los sentidos (…) que nos explica como seres en el mundo y eslabones de la cadena del tiempo que lo han moldeado y conformado.
A diferencia de Puiggròs o Arbeca, que son pueblos de la colina, Les Borges, como Almacelles, es pueblo de ladera, en la solana. La villa primitiva se situó en el paso de la cañada que en este punto se convierte en camino de cresta. Seguramente, en este lugar, o cerca, debió de haber la puerta de la villa, aunque se ha perdido la memoria.
El paisaje de la ciudad de Les Borges es el encuentro donde empieza la huerta y acaba el secano, es el lugar donde el canal de Urgell se vuelve presencia lacerante de la diferenciación del campo abierto. Buen lugar para entender un país de menestrales y labradores humildes, trescientos años de cultivo racional de la aceituna y ciento cincuenta de la transformación del riego. Aquí se repliega la topografía y el paso del canal es obligado, lo que se nota porque aquí se junta el tren, que debe pasar por el mismo lugar; alrededor vemos cómo se han ido estratificando los trabajos y los días (el esquema adjunto es un resumen de esto). Por todo ello, es oportuno sugerirle al peatón esta mirada.
El marco sugiere un punto de vista que paseando no se nos suscitaba; la idea del marco no es nueva (antes de que en Lleida nos hicieran mirar la Seu desde el otro lado del río, Luis Peña Ganchegui, en Oiartzun, nos proponía la mirada alterna desde dentro o desde fuera de la tapia del cementerio) y, probablemente, otros la repetirán hasta que se convierta en un recurso plástico generalizado y tópico –y desde esta perspectiva, por tanto, me complace avanzar su carácter humilde–.
Lluís Guasch Fort, arquitecto municipal del Ayuntamiento de Les Borges
También encontramos, por ejemplo, Miravinya, un conjunto de miradores de los paisajes del vino: la Cadira, la Bardera, el Circell, Sant Pau y Balcó del Penedès son los 5 miradores que configuran la ruta Miravinya. Un itinerario para hacer en coche y que permite conocer parte de la geografía del Alt Penedès (más allá de la viña, se pueden contemplar castillos, molinos, ermitas o monasterios).
Encontramos ejemplos donde una misma y única pieza es trasladable y aplicable a varias ubicaciones creando nuevas relaciones con el lugar, adaptándose y convirtiéndose en un mirador clásico, una torre o una pasarela, dependiendo del paisaje que lo acoge. Grijalba Arquitectos son autores de este proyecto que propusieron para tres emplazamientos, como el Mirador del Fraile en Aldeavila, Salamanca (2016), el Mirador del Parque Nacional de Ávila (2016) o, en Burgos, el Mirador Monte Santiago, de 2011. Ninguna de las tres propuestas se ha ejecutado.
Ver desde donde nunca nadie ha visto
Proponemos un conjunto de intervenciones territoriales cerca de las concepciones Land Art, vinculadas a las bonitas implantaciones que, a lo largo de la historia, han supuesto construcciones como los menhires, los miliarios romanos o los pilones de los geógrafos portugueses, que se han tejido en determinados paisajes. Transformar el paisaje en una narración que se completa con la inclusión de nuevas construcciones para constituir una relación biunívoca entre ellas y el medio ambiente flotando en el espacio ha sido siempre una aspiración natural en el hombre. Ver desde donde nunca nadie ha visto. Queremos que el visitante flote en el espacio hasta que asome al vacío. Buscamos reforzar la frontera entre disciplinas como la arquitectura y la escultura hasta habitar, de alguna manera, un icono escultórico. El concepto constructivo que hay detrás de la totalidad de las propuestas es la del principio de la reversibilidad, que se apoya, a su vez, en la posibilidad de gestionar la fabricación, dado que, por las dificultades de acceso a las localizaciones, la puesta en obra se ve enormemente limitada. Mediante la fabricación en taller del cuerpo principal de la propuesta, se consigue un significativo ahorro en el coste total, una reducción importante de los tiempos de puesta en obra, y una gran precisión y garantía en la ejecución global.
Se plantean solamente con materiales que no requieren mantenimiento, son difícilmente vandalizables y destacan por su condición bioeficiente, tanto en el proceso de fabricación y puesta en obra como en un reciclaje posterior, si fuera necesario.
Grijalba Arquitectos, Valladolid
Hay otras obras donde varias piezas conforman una propuesta única para un único lugar. Como ejemplo de ello tenemos el proyecto Ruta de Miradores-Vía Crucis del CUAC Arquitectura, seleccionado al premio Biennal de Paisatge Rosa Barba 2010. En este caso, la posición ante un paisaje se redibuja de tres maneras diferenciadas, tres maneras de mirar: una plataforma, una escalera y un balcón. Los tres elementos (pasarela, escalera y balcón) se posicionan estratégicamente para reforzar la experiencia ante el paisaje. Esta propuesta forma parte de un proyecto de recuperación y creación de una singular red de espacios públicos que, como balcones, se abocan a la ciudad.
Otras propuestas rehabilitan elementos constructivos existentes, como es el caso del Mirador de aves del Prat, del estudio B01 Arquitectes. Se trata de la reconstrucción de las ruinas, que se destinan a mirador-observatorio de aves.
Miradores arriesgados
Actualmente, hay la tendencia a propuestas arriesgadas, construidas con el objetivo principal de que el usuario asista a emociones extremas, encontrándose, por ejemplo, sobre los glaciares del Mont Blanc o en los Alpes franceses, o en China, donde los visitantes ponen a prueba su capacidad de resistencia a la altura y el vértigo. Un caso extremo de esto sería el mirador que se encuentra en China, en el Parque Geológico Nacional de Longgang, inaugurado en 2016, que ha superado el récord del Gran Cañón del Colorado, con la pasarela más larga y alta del mundo, que se alza 300 metros por encima del Gran Cañón de Zhangijajie.
Más cerca de nosotros encontramos el Mirador del Roc de Quer (Andorra), una pasarela de 20 metros de largo, de los cuales 12 metros están suspendidos en el aire. Una parte del pavimento es de vidrio para favorecer la sensación de levitación y vuelo. En el extremo, una escultura de un pensador (invitando a hacer lo mismo) está sentado sobre una viga.
Frente a estos lugares que nos ofrecen sensaciones vertiginosas, encontramos muchos otros que se simplemente están inmersos en la belleza del paisaje y en la misma naturaleza que los aloja. Un buen ejemplo de estos serían los miradores de César Manrique en Canarias, como el Mirador del Río en Lanzarote o el Mirador de la Peña en El Hierro.
Las manos sobre el paisaje: de la percepción a la gestión
La importancia de experimentar la sensación de imagen del paisaje como experiencia paisajística se extiende ya no solo al éxito de los miradores, sino también a la experiencia similar de quienes disfrutan de los medios de transporte: la contemplación de las vistas desde la ventana del coche, del tren, del autobús (turístico), del ferry… Paisajes vistos desde un interior que se convierten, a veces, en el motivo del viaje. Nos acercamos así a una percepción más distante y más cercana al reportaje cinematográfico: nos encontramos en el camino de aproximación al paisaje desde el aislamiento y la velocidad, desde el sujeto que contempla-experimenta el paisaje-espectáculo que la gestión-manipulación han premeditado.
Paisaje: área, tal como la percibe la población, cuyo carácter es resultado de la interacción de factores naturales y/o humanos.
Fuente: Convenio Europeo del Paisaje
El proyecto catalán para la Biennale de Venecia 2017, del artista Antoni Abad y comisariado por Mery Cuesta y Roc Parés, se basaba en un mapeado sonoro de la ciudad de Venecia y en una interpretación sensorial de la ciudad de los canales, en colaboración con personas con baja visión y que utilizan los sentidos de una manera diferente. Mediante el intercambio de experiencias y dificultades que tienen estas personas en su vida cotidiana, se desvelan formas urbanas menos evidentes que trazan un nuevo mapa del territorio público útil para todos.
La Venezia che non si vede es, en cambio, la Venecia que se siente en profundidad. Los paisajes que no vemos, y, en una lectura más pesimista y muy actual, podría referirse también a los paisajes que no sentimos, que no respiramos. Si navegamos y buscamos paisajes por las redes, webs, blogs, etc., podremos encontrar un bombardeo de mensajes que nos proponen: Veinte paisajes incomparables de Google Maps para viajar sin levantarse del asiento; Los 10 paisajes más bellos en Google Earth; Explora la India con Google Earth; Los 9 lugares más insólitos donde nos ha llevado Google Maps; Cómo viajar sin salir de casa con Google Maps; Google Earth Flight simulator, vuela, observa el mundo desde una perspectiva única; Google Earth: otra manera de mirar el mundo; Los rincones más bonitos que puedes visitar con Google Maps; Visita Japón con Google Earth…, y un largo etcétera.
La gente suele hablar de la frescura de la visión, de la intensidad de ver algo por primera vez, pero la intensidad de verlo por última vez es, creo yo, superior. (…) Lo visual es siempre el resultado de un encuentro irrepetible.
John Berger, Sobre el dibujo
Punto de vista, panorama, mirador
Política y visión
Todo admite ser contemplado desde múltiples puntos de vista. Cada uno de ellos ofrece un aspecto diferente del mismo, que así es y no es. Algunos de estos aspectos, los más representativos, se imponen y se convierten en canónicos.
La magnitud del objeto, su mayor o menor tamaño comparado con el del ser humano, determina qué puntos de vista concretos terminan siendo, en la práctica, realmente accesibles. Uno ligero y pequeño presenta la totalidad de sus aspectos con facilidad y rapidez, pues para observarlo desde una gran cantidad de puntos de vista basta con hacerlo girar en la mano. Pero cuando el objeto crece, es el observador quien tiene que moverse y, cuanto mayor sea, más energía habrá que emplear si se quiere acceder a una cantidad significativa de puntos de vista. El paisaje es el caso extremo, ya que las distancias a recorrer para llegar a muchos de ellos son kilométricas. Es además evidente que un determinado punto de vista solo existe si hay un camino transitable que lleve a él, ya que, de lo contrario, resultará imposible llegar. Por otra parte, y precisamente porque, cualquiera que sea la magnitud del objeto, la relación entre su tamaño y las diferentes distancias de observación siempre es la misma –para ver íntegramente y sin agobio un edificio o un ser humano, hay que colocarse a una distancia que sea al menos igual a su altura, por lo que la visión sumamente parcial de un detalle de la fachada de este mismo edificio equivale a la proximidad que tienen los amantes cuando se rozan, nariz con nariz–, la dificultad en llegar a la distancia adecuada es directamente proporcional al tamaño de la cosa: cuanto mayor sea, más costará alejarse de ella.
Los miradores suponen la canonización de ciertos puntos de vista. Dependen de un trazado viario previo que se ha decidido exclusivamente en función de consideraciones de orden práctico. Lo estético no tiene aquí papel alguno. Así, el puente del Petroli, en Badalona, se situó donde está por razones puramente económicas, de ingeniería, y no poseía la función de mirador. Ahora, una vez perdido su uso original, lo que justificó su construcción, es el palafito en el que en su extremo más alejado se retratan las parejas al anochecer contra el fondo de la línea marítima.
El precedente del mirador es el panorama, un invento de comienzos del siglo XIX, justo cuando se inicia el tendido ferroviario y la red de carreteras empieza a mejorarse gracias a el macadam que desarrolla el ingeniero escocés John McAdam. En el panorama –que normalmente era de una ciudad, pero también podía ser de una batalla, y que se montaba en un edificio cilíndrico hecho a propósito para alojarlo–, la visión podía llegar a ser de 360 grados, y así poseía una pretensión de totalidad, omnicomprensiva, y por ello, aparentemente objetiva. En cambio, los miradores –que eran posibles gracias a que existía una red de carreteras– dejan a ver un ángulo bastante menor, e imponen, de una manera mucho más evidente que el panorama, un cierto punto de vista. Esta es la diferencia más importante entre ambos dispositivos.
Hasta finales del siglo XVIII, en la sociedad preindustrial y estamental del antiguo régimen hay una clara jerarquía de los puntos de vista que refleja la de la sociedad. Y así, en el teatro, el príncipe está, o bien sentado en el escenario o en el palco de honor, que es desde donde mejor se ve la representación porque se encuentra en el eje de simetría del espacio y a una cierta altura del parquet. De hecho, en el antiguo régimen no habría más que un único aspecto, lo que se da a la única visión, la objetiva, la del príncipe. En el siglo XIX, el del ferrocarril, el telégrafo, la fotografía, la novela y la sospecha, se reivindica, en cambio, la visión subjetiva, la que el ciudadano de a pie tiene desde su punto de vista particular: ya no habría puntos de vista mejores y peores, todos son parecidos (a ello se quiere acercar Hans Scharoun en el edificio de la Filarmónica de Berlín).
He llegado hasta aquí para preparar la siguiente conclusión: la obligatoriedad del punto de vista de los miradores va contra la abolición del punto de vista único que preconiza la modernidad, aunque, a cambio, nos convierta a todos en príncipes…
Coda: ¿Habría desarrollado Kant su idea de lo sublime –esta sensación de inabarcabilidad y inconmensurabilidad que está por encima de la belleza, que se asocia a la admiración y que implica temor o, incluso, espanto– si en vez de vivir en el XVIII, cuando aún no había ni miradores ni alpinistas –es justo entonces cuando se inventa este deporte–, hubiera vivido en el XIX?
Manolo Laguillo, catedrático de fotografía de la UB
Autoria de les fotos: Cristina Arribas