La sala de actos del CAATEEB acogió la presentación de un libro editado por el Ayuntamiento de Barcelona dedicado al último arquitecto del modernismo catalán: Manuel Sayrach 1886 – 1937 Arquitectura y Modernismo en Barcelona. Es un libro de autoría coral: Nuria Gil, Francesc Fontbona y dos de los hijos del arquitecto: Manuel Sayrach y Jaume Patricia Sayrach y Fatjó los Cipreses. Las fotografías son de Consol Bancells y del archivo de la familia Sayrach. Es un muy completo documento dedicado a este arquitecto, diseñador, escultor, poeta, dramaturgo, filósofo e, incluso, político. Un humanista total, personaje genial y fascinante que en el preciso momento en que su obra se empezaba a manifestar con todo su poder, la muerte imprevista se lo llevó.
Estilísticamente se le ha clasificado como arquitecto modernista. Y hay que destacar que las dos casas que son su principal legado, la Casa Sayrach y la Casa Montserrat, del 1916 y 1926, ciertamente son las últimas grandes obras modernistas que se hicieron en el país. Hay que tener presente que, en estos años, esta corriente artística estaba ya pasada de moda. Incluso rabiosamente despreciado por buena parte de los intelectuales.
Cuando los novecentistas ya hacía unos años que menospreciaban a un anciano y místico Gaudí aferrado al Modernismo, Manuel Sayrach era plenamente consciente de la genialidad que se estaba desarrollando ante sus ojos y de que tenía el privilegio de ser testimonio. Por ello, dejó que el universo del arquitecto de la Sagrada Familia inspirara también su obra y de alguna manera hizo su personal homenaje.
Ahora bien, en todo caso, el Modernismo de Sayrach tiene unos volúmenes, unos acentos de luminosidad y ligereza y finura de líneas muy específicos y que podrían verse como una temprana aproximación a ciertas características del Art Decó. Y siempre, en todas partes, en cada pequeño detalle se ve la inquietud de lograr la máxima elegancia y la huella de su sentido emblemático, su universo que llamó «filosofía de la luz.»
Sayrach tardó diez años en acabar la carrera de arquitecto, porque tenía que ayudar al padre trabajando en el negocio familiar. Se trataba de la primera mutua de seguro médico que se creó en el Estado, y en la que dedicaba al menos todas las mañanas. Pero el joven Sayrach además tenía muchas inquietudes: viajaba, escribía artículos para revistas, poesía, filosofía, obras dramáticas … E incluso cultivaba otras disciplinas.
Por ejemplo, también estudiaba en la facultad de Ciencias Físicas y Naturales. Por si fuera poco, ideó una pianola que funcionaba eléctricamente sin tener que usar los pies.
La armonía es fuente de vida o, como si dijéramos, libertad. La simetría es esclavitud
Civismo y país
Con sólo veinte años ya estaba vinculado activamente en la regeneración cívica y nacionalista que vivía Cataluña en aquellos años. Fue presidente de la Agrupación Escolar Doctor Robert y más tarde participó en la Solidaridad Catalana de la cual se convirtió en su presidente.
A los 26 años mientras estudiaba la carrera redactó el manifiesto La Arquitectura nova donde define el estilo Catalàunic . Explica que el artista debe inspirarse en la naturaleza, no reproduciéndola ni copiando, sino sintiéndola e idealizandola, y siempre ligada con la herencia de la cultura tradicional del país. Sin haber terminado la carrera de arquitectura se puso manos a la obra y puso en marcha la transformación de la finca de veraneo de la familia en Sant Feliu de Llobregat, conocida hasta entonces como la Casa Nova.
A partir de aquellas obras, los santfeliuenses la rebautizaron como La Torre dels Dimonis, debido a la ornamentación fantasiosa y mítica y con un punto aterrador que impregnó a toda la finca desgraciadamente desaparecida.
En cambio, la Casa Sayrach, afortunadamente, sigue en pie y está bien viva. Y visitarla es una experiencia recomendable. Es dejar atrás la calle y el ruido de la ciudad, para iniciar un viaje a un mundo animado de animales marinos y formas orgánicas fantásticas.
Es una arquitectura en la que todo tiene alma y pensamiento. El timbre es el estallido de una gota de agua cuando cae, que en su pequeñez recoge el equilibrio del universo, y de la creación divina. La mirilla es un sol, generador de vida. La red de pescar del inicio de la escalera es el símbolo de la vida y de la muerte.
Hay también el esqueleto de una ballena, formas de medusas imaginarias, pulpos, peces, una gran concha, olas que dejan su huella en la pared como lo hacen en la arena de la playa con su cadencia vital. También hay redes que representan la riqueza de los frutos de mar.
Vida: la muerte,
Es el único puerto.
No somos ni gusanos, ¡qué mundo!
¡Oh miseria! ¿Qué somos? »
La luz merece un destacado comentario. Los pisos de la casa añaden a las puertas cristales o espejos, porque no se quiere cortar nunca la luz natural, sino multiplicarla. La luz es la vida, es sagrada. Para Sayrach Arco iris es el pacto de Dios con el hombre y la creación después del diluvio universal. Cada color representa un valor vital del hombre, un mensaje divino. En los diferentes espacios de los pisos se capta una nebulosa de claridad, una luz suavemente irreal, como de un plató cinematográfico iluminado por un director de fotografía inspirado.
Creación con libertad
Tanto la Casa Sayrach (1916) como la vecina Casa Montserrat (1926) eran encargos de la familia y se nota que fueron concebidas con total libertad. La Casa Montserrat, en la calle Enric Granados, es un homenaje simbólico a su esposa, Montserrat Fatxó dels Xiprers. Un monograma con una gran M de Montserrat da la bienvenida a la casa.
Es también un homenaje a Cataluña, con las formas geológicas y la mansarda con carámbanos blancos como la nieve de los Pirineos, como parece ver también en lo alto de la vecina casa Sayrach. Adentrarse en las dos casas es viajar por el universo abrumador de luz y de vida de su creador, el «poeta de la luz». Un mundo único y personal que se podría resumir como un tributo a la fuerza de la naturaleza y la espiritualidad que él veía en toda la creación que la rodeaba. Es una lección de estética y también de filosofía.
Somos humo y tenemos que acabar siendo luz
En 1926, Sayrach, con cuarenta años se casó con Montserrat, veinte años más joven que él. Son los años luminosos. Vendrán cinco hijos y él está en plena creación desbordante de los siete libros Drames de la llum, pensados como obras totales en el sentido wagneriano. Por si fuera poco, redactó una propuesta de República y Constitución para los estados ibéricos, que regaló a Macià y puso a la venta al precio simbólico de una peseta para que pudieran comprarla todos. Los beneficios de la venta iban destinados a asociaciones obreras. Para Sayrach, la república era la mejor forma política. También compuso una tipografía nueva para usar en sus creaciones.
En 1932 murió repentinamente Montserrat con veintiséis años. Empiezan los tiempos de oscuridad y guerra en que Sayrach se centra en la creación del panteón familiar, el que será el hogar eterno para la esposa. En 1937, en plena conflagración civil, la familia abre el panteón para enterrar el padre de Sayrach. Y sólo quince días más tarde, se debe volver a abrir nuevamente, pero esta vez, para su hijo arquitecto. La muerte se lo llevó prematuramente estando en la Torre dels Dimonis. Fue una muerte serena y consciente, despidiéndose con un beso de cada uno de los cinco hijos. Tenía sólo cincuenta y un años.
Los hijos se quedaron con la abuela, arrinconados en la casa Sayrach, que, durante la Guerra Civil, requisada por la República, se había convertido en el Ministerio de Sanidad. Apenas terminada la guerra, ella también murió, dejando a los cinco niños pequeños solos. Un consejo de familia se hizo cargo y decidieron internarlos a Escuela-piso de Sarrià.
Una actividad comprometida
Pero el riquísimo mundo inspirador del padre republicano, catalanista y católico siguió vivo en la casa. Si el padre hizo la casa, de alguna manera la casa hizo los hijos. A finales de los años cuarenta los jóvenes hermanos vuelven a vivir en la casa y su piso se convierte en un espacio de encuentro de la cultura catalana. Allí se harán las primeras reuniones, del todo clandestinas, que recibieron el críptico nombre de Mau-Mau. Inicialmente los fundadores fueron tres hermanos Sayrach y unos cuantos amigos.
Por la noche, ¡Mau Mau en can Sayrach! era la contraseña que en voz baja reunía un montón de gente, en los actos abiertos a los salones de la casa modernista, donde se hacía homenajes a clásicos como Verdaguer o Maragall, se presentaban nuevos creadores como Salvador Espriu o Pere Quart y se recuperaban personalidades que habían quedado aisladas de la sociedad, depuradas por el fascismo, como el abad Escarré, Carles Riba, Ferran Soldevila, Raimon Galí, Jaume Vicens Vives …
En 1953 se creó en la Casa Sayrach la Acadèmia de Llengua Catalana, heredera de l’Acadèmia Catalanista del Renacimiento. Y fue en el salón de la Casa Sayrach donde por primera vez Salvador Espriu leyó los versos de La pell de brau, todavía un manuscrito. También allí por primera vez se escuchó en Cataluña la voz de Raimon cantando al viento, de cara al viento.
La arquitectura es técnica, es arte y es negocio, pero también es presencia y trascendencia. La casa Sayrach es un buen ejemplo. Los hijos de Manuel Sayrach han seguido el camino de compromiso con su sociedad y su arraigo a la tierra que él personalmente no los pudo transmitir.
También los legó su amor y respeto por la naturaleza y la búsqueda de la espiritualidad en cada acción de la vida. Él estuvo ausente, pero sin embargo, magníficamente omnipresente en cada uno de los detalles y rincones de su casa.
Autoria de les fotos: Archivo Familia Sayrach y Chopo
Nota del editor
Este artículo fue publicado originalmente en El Informatiu número 363- enero, febrero y marzo 2020