El 15 de marzo de 2020 se dibujaba en nuestro territorio un nuevo escenario, en el que la incertidumbre y el miedo se postulaban como principales protagonistas. Un punto de inflexión en la hasta entonces conocida “normalidad”, cuyo retorno se iba difuminando y aclarando como la función de un gráfico que, con valles y picos más o menos pronunciados, perseguía allanar la curva.
El 15 de marzo de 2020 se dibujaba en nuestro territorio un nuevo escenario, en el que la incertidumbre y el miedo se postulaban como principales protagonistas
La palabra “confinamiento” se convertía en cuestión de horas en trending topic en las redes sociales, individuales y eminentemente reales, y las preocupaciones de la población empezaron a girar en torno a los resultados de las PCR, los contactos con positivos, el seguimiento de los familiares infectados y el distanciamiento de los ingresados en las UCI.
Por televisión veíamos cómo nuestro sistema sanitario se iba colapsando, los centros de atención primaria se erigían en diques de contención y se ponía en marcha un dispositivo de atención telefónica para la detección de los primeros síntomas del virus. Quienes no nos dedicamos al sector sanitario ni a los servicios esenciales, intentábamos reorganizarnos y adaptarnos a la nueva situación, saliendo cada día a la ventana a las 8 de la tarde para aplaudir a todo el personal sanitario que se estaba dejando la piel para intentar combatir el virus, literalmente.
Junto a la fiebre originada por la Covid-19, nacía la de la despensa y la nevera llena (por no hablar de la del papel higiénico), y el entretenimiento perpetuo en los espacios que estábamos acostumbrados a utilizar para comer o descansar. La estupefacción inicial fue dando paso a una creatividad que iba tomando forma con los medios y entornos de los que cada uno disponía.
Se ponían así de nuevo de manifiesto las diferencias sociales, la falta de recursos y la convivencia de familias que batallaban por teletrabajar y estar pendientes de los hijos en 70 m2. Un teletrabajo que venía anunciándose desde hacía tiempo y que se configura hoy como uno de los cambios precipitados por la pandemia que ha venido para quedarse. En paralelo, se iniciaban ERTE y ERTO con fechas de caducidad que se han ido prorrogando una y otra vez.
La estupefacción inicial fue dando paso a una creatividad que iba tomando forma con los medios y entornos de los que cada uno disponía
Capacidad de adaptación
Como en todo momento de crisis a lo largo de la historia, iba teniendo lugar la combinación de las más amplias ambivalencias. Surgía una solidaridad “intravecinal” olvidada, que convivía con las actitudes más egoístas que alguno definiría como pecado capital. Los cuadros personales más angustiosos, críticos y depresivos coexistían a la vez con los más saludables, disciplinados y positivos, que “aprovechaban para hacer todo lo que nunca tenían tiempo de hacer”.
Algunos desarrollaron técnicas culinarias de alto nivel que recorrían un amplio espectro de la carta: desde los canelones con setas y foie a los tocinillos de cielo. Las videollamadas y el sector logístico experimentaban un crecimiento exponencial, en un momento en el que la capacidad de adaptación era la única opción.
Se detectaron en nuestras casas todas las carencias en materia de espacio, eficiencia, pragmatismo o mera antigüedad de las estancias que las componen
Se pusieron en el punto de mira la convivencia, las relaciones y las propias carreras profesionales, con crisis existenciales que iban desde los valores más imperceptibles hasta los más críticos. El statu quo propiciaba también reacciones forzosas exotérmicas en perímetros sumamente acotados, y no son casos aislados los de separaciones, cambios de rumbo profesionales o de lugar de residencia, en fases de desarrollo o de posconfinamiento.
El ahorro económico que la falta de actividad social y de desplazamiento había ocasionado, se suplía a menudo con compras desenfrenadas on line y en el planteamiento de reformas. Se detectaron, durante aquellas jornadas interminables en nuestras casas, todas las carencias en materia de espacio, eficiencia, pragmatismo o mera antigüedad de las estancias que las componen.
Carencias que dieron lugar a unas reformas que empezaron a cristalizar a principios de año y que supusieron un claro ascenso para el sector. Carencias a menudo ignoradas o menospreciadas en un día a día que giraba alrededor de un mundo exterior al que se nos había vetado el acceso. Los retratos de las calles vacías y las principales avenidas sin coches esgrimían una ecuación claramente diferencial de las emisiones de CO2. Pero, a la vez que se daba forma a la propuesta de reducir la contaminación, el elevado grado de escepticismo que imperaba en muchos usuarios en los momentos más críticos de la pandemia, así como la sensación de pánico por parte del personal sanitario, daba lugar a un incremento del transporte privado.
Transformación acelerada
Por otra parte, transformaciones que ya se iban anunciando en la era precovid, toman fuerza en esta nueva normalidad. La nueva era se alinea con los objetivos enmarcados en el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) y la Arquitectura 2030: la minimización de la impronta ecológica y la apuesta firme por las renovables.
Un escenario que no se concibe sin la potenciación de la energía fotovoltaica (veíamos estos días el primer pavimento solar en la plaza de Les Glòries de Barcelona), la térmica, la geotermia y la aerotermia. Pero también la eólica, que ha cristalizado en el polémico proyecto de energía eólica marina flotante del Parc Tramuntana y, tarde o temprano, será el turno del aprovechamiento de las aguas pluviales.
Destaca también la tendencia creciente hacia una industrialización que, poco a poco, va desbancando al ladrillo en el ranking de sistemas constructivos. También la madera irá probablemente relegando al hormigón armado en los próximos años. La firme apuesta por la economía circular, la construcción en seco y el impulso de los prefabricados se configuran como una alineación de vectores fruto de la metodología LEAN y una adecuada implementación del BIM.
Se intuye también cierta proliferación de los tejidos multidisciplinares, como resultado de las colaboraciones entre especialistas de las diferentes ramas del sector. Una promoción de sinergias tan enriquecedora como profesional, que persigue como último objetivo la excelencia en la calidad, en la optimización de los procesos y en la máxima anticipación a los contratiempos.
Se detecta también una tendencia creciente a la utilización de materiales orgánicos y más naturales, a ir más allá de la fibra de vidrio o de lana de roca, acabados con paneles de fibras de madera que gozan de buenas prestaciones acústicas, el rechazo de los plásticos o su reducción a la mínima expresión, la incorporación de la protección frente al radón en la última actualización del CTE… La era poscovid coloca la salud y el confort interior en una pole position ideal que, de facto, se erige en una continua batalla con el componente económico. Quizás esta parada, tan repentina como obligada, ha aproximado a la población a un modus vivendi relativamente más pausado, que tiende menos al fast food y más al slow life.
Un contexto que, junto con la reutilización de las azoteas comunitarias a raíz del confinamiento –habría que revisar las cargas estimadas en su dimensionado–, brinda una nueva oportunidad al impulso del ajardinamiento de cubiertas y fachadas.
La era poscovid coloca la salud y el confort interior en una pole position ideal que, de facto, se erige como una continua batalla con el componente económico
Un estilo de vida más saludable
Se detecta también un sesgo eco en otros sectores como la moda o la alimentación. No son pocas las grandes firmas de ropa que han redirigido el marketing a colecciones más sostenibles, elaboradas con algodón orgánico o a partir de la reutilización de tejidos. Se percibe también un boom generalizado por los outfits más deportivos, con una tendencia a la comodidad que ya se anunciaba desde hacía tiempo en el calzado.
El estilo de vida sano, los huertos urbanos y los tomates ecológicos lideran un cambio de paradigma que ya se veía venir
El estilo de vida sano, los huertos urbanos y los tomates ecológicos lideran un cambio de paradigma que ya se veía venir, y que se propone dejar atrás la productividad obsesiva y el estrés de la vida moderna, en la que el mundo del yoga parece relegar a los runners a la segunda posición. Las lechugas de km 0 y el teletrabajo han dado paso también a un replanteamiento de los lugares de residencia, que cristaliza en cierto modo en un éxodo de la conurbación barcelonesa. También el uso de los plásticos va perdiendo peso en la industria alimentaria, donde poco a poco le van ganando el papel, las bolsas biodegradables o el vidrio.
Habrá que ver qué otros efectos secundarios nos dejará la Covid-19, a medio y largo plazo. Como el incansable uso de la mascarilla que impide la renovación de aire, tanto en lo que respecta a neumología como neurología. O el impacto que el confinamiento ha tenido en todos nosotros y en la generación de niños y adolescentes que han visto alterados los ritmos circadianos y su desarrollo cognitivo, motriz y formativo.
Lo que sí tenemos claro es que el inglés se mantiene como principal lengua vehicular.
Autoria de les fotos: Ilustración de Miguel Gallardo