“Quan es fan foscos els dies i deixem de ser esclaus, les tristors són alegries i obrim portes sense claus. Quan es mor la rutina en un racó de la ciutat Barcelona s’il·lumina quan et tinc al meu costat”.
A finales del año 2018 se publicaron en la prensa de Barcelona una serie de artículos y reportajes denunciando que el espacio público de la ciudad está mal iluminado por culpa de un alumbrado público deficiente. El asunto podría parecer una campaña de los medios hacia la oposición política con el objetivo de ir preparando el ambiente de cara a las próximas elecciones municipales. Sin embargo, con un poco más de reflexión, nos damos cuenta que nos encontramos en los días más cortos y oscuros del año que son previos a la Navidad, que es cuando más se necesita el alumbrado artificial.
Pensar así puede parecer ingenuo, pero es que el motivo político no parece tener mucho sentido, dado que, por un lado, tanto el gobierno como la oposición coinciden en buena parte del diagnóstico y, por otro, visto con perspectiva, la situación actual es responsabilidad de los diversos gobiernos que ha tenido la ciudad en los últimos años, junto con sus respectivos socios en cada legislatura. Es decir, que casi todos los grupos políticos podrían ser «culpables».
El hecho es que la ciudad dispone hoy de un plan para la mejora del alumbrado público llamado Plan de renovación integral del alumbrado, que en un año sólo pudo ser aplicado en un 10% de su extensión. Los medios de comunicación, por lo que hemos podido encontrar, no explican el motivo de la lentitud de este plan pero se hacen eco, por el contrario, de un montón de problemas y propuestas para resolverlos, que van desde algunas muy razonables hasta otros que no lo son en absoluto o que mezclan conceptos que no tienen relación con el problema, o no están suficientemente explicadas (1).
Y para que tampoco este escrito no parezca partidista, lo primero que hay que decir es que desde hace años y con los gobiernos de todos los colores, el Ayuntamiento ha estado mejorando el alumbrado y casi siempre lo ha hecho con acierto. La pregunta es: ¿por qué no se actúa más? Ya que parece que mucho del alumbrado es antiguo, ineficiente y se estropea menudo (suponemos que haciendo un mantenimiento bastante correcto).
Ahorro de energía y confort
El reemplazo de este alumbrado -que es realmente un problema en algunos calles- debería hacerse lo antes posible con lo que se ahorraría energía, costes de reposición y disconfort. Seguramente la respuesta es que la magnitud del trabajo es muy grande (Barcelona tiene más de 146.000 luminarias públicas) y no es un problema sólo de dinero, sino también de tiempo y de gestión (que vuelve a ser tiempo, en realidad). En este caso todos los consistorios anteriores deberían haber previsto este problema y empezar a ponerle remedio hace mucho tiempo ya que la degradación no ha comenzado hace cuatro días; es evidente que en un año, ni siquiera en un mandato- no se puede solucionar completamente, dado su alcance.
En todo caso nosotros recomendamos que, de empezar a hacerlo, lo hagan al revés de lo que es usual, es decir que empiecen por los espacios más humildes y domésticos, las calles más estrechas y con más potencial de convertirse en marginales. Pensamos que hay que empezar por ayudar al más débil.
En Mollerussa (Pla d’Urgell) la arquitecta Cristina Clotet y la arquitecta técnica Esther Gatnau lo han entendido así y el alumbrado más preciso la han concentrado en los callejones más pequeños del centro de la ciudad, que están remodelando.
La propuesta de las guirnaldas de lucecitas de colores de los comerciantes del barrio de la Ribera, en Barcelona, que cita algún diario, también es válido si los vecinos que residen están de acuerdo.
Lo que no funciona en estos pequeños calles es el alumbrado variable en intensidad, ya que si la parte por donde no se pasa resta a oscuras, la inseguridad aún es mayor dado que la visibilidad se reduce aún más al estar los ojos acostumbrados a un mayor nivel de iluminación. Estos sistemas de regulación, aunque costosos de compra y mantenimiento, serían mucho más útiles para grandes avenidas si bien todavía sería mejor -siempre que se hiciera con sistemas que ahorro en energía- reducir la intensidad globalmente a partir de una cierta hora, pero no en calles pequeñas y tortuosas, que deben estar bien iluminados y sobre todo, iluminados uniformemente toda la noche.
Este concepto de la uniformidad, junto con el del nivel de iluminación son los más importantes y los que nos pueden resolver la mayoría de los problemas. El arquitecto Oscar Tusquets en el libro Todo es comparable cita a Arnaud, un especialista en alumbrado francés con quien trabajaba, que recuerda que, de pequeño, hace unos 70 años, París no tenía más luz que ahora sino, al contrario , su nivel de iluminación era más bajo pero repartido entre muchos puntos de luz de gas, de baja intensidad.
Iluminar sin deslumbrar
Pensamos que posiblemente por eso, los edificios iluminados y los espacios públicos enfatizados con un nivel lumínico superior, parecía que brillaran más, por lo que era conocida, entonces, París como la Ciudad de la Luz. Tusquets concluye, con razón, que no deslumbrar es la base de un buen alumbrado. El deslumbramiento es debido a que nuestros ojos, dentro de unos límites, se adaptan al nivel de la luz ambiente pero esta adaptación es lenta y los cambios repentinos del nivel de iluminación nos ciegan, tanto si se pasa de más a menos como de menos a más.
Pero, precisamente porque nuestros ojos se adaptan a diferentes niveles de iluminación, es por lo que, desde hace ya varios años, se ha ido bajando la intensidad de nuestros faroles sin que la mayoría de la población se haya dado cuenta.
Pedir más luz es, pues, erróneo y a menudo contraproducente. Tener una alta potencia de iluminación para que la ciudad «luzca» y «tenga más alegría» -como piden algunos- es un error y además es innecesario.
Se necesita energía y «alegría» en un estadio de fútbol o en una discoteca, pero por qué lo tiene que ser en un espacio público no representativo? Sin llegar a los extremos de algunas ciudades como Viena, Roma o Munich -fijaos que son ciudades ricas- que han bajado de una forma drástica, incluso incómoda, sus niveles de alumbrado, preferimos un espacio público tranquilo, sobre todo si es mayoritariamente residencial, con un nivel lumínico más bajo, que induzca a hablar más flojo peatonal y a reducir la velocidad a los vehículos. Mejor una ciudad que dé una imagen civilizada y respetuosa con el medio ambiente y con los residentes que una imagen «alegre» y derrochadora.
Una calle escasamente iluminado afectará sin duda su comercio, pero poner demasiada luz no resuelve ninguno de los problemas de nuestros comerciantes. Y, como el París de los años 30 que cita Tusquets, dar una sensación de luminosidad en el escaparate de un comercio y por tanto llamar la atención del posible comprador- conseguirá con menos vatios, es decir, de forma más barata, en una calle con un nivel de alumbrado más bajo que en un excesivamente iluminado.
Además, no debemos olvidar que se debe reducir en lo posible la contaminación lumínica: la mayor parte de esta contaminación no viene de los puntos de luz enfocados hacia arriba -que son muy pocos-, sino de la luz que rebota en los pavimentos y fachadas, que son lo suficientemente reflectantes como para enviar hacia el cielo buena parte de la luz que les llega. Por lo tanto, a mayor intensidad lumínica, más luz reflejada, más energía perdida y más contaminación.
Iluminación uniforme
Volviendo al concepto de uniformidad, se debe tener en cuenta como son nuestros ojos, desarrollados para un tipo de luz uniformemente repartida como es la del Sol. El alumbrado público debe hacerse pues, también lo más uniforme posible para ser confortable y no crear alternativamente zonas oscuras y zonas demasiado iluminadas.
La uniformidad depende de la intensidad y superficie del emisor de luz, de la distancia entre emisores y de la altura respecto al plano que hay que iluminar. Se pueden poner torres muy altas, muy separadas y muy potentes o bien pequeños faroles muy juntos y de baja altura y conseguir igualmente uniformidad. Pero el segundo caso obtiene otros beneficios: menos deslumbramiento al mirar al foco emisor, no iluminar innecesariamente fachadas y aberturas de edificios, donde puede llegar a ser muy molesta, facilitar el mantenimiento, menos gasto energético, al estar cerca del punto que hay que iluminar y, según sean los árboles de cada calle, también evitar que la luz de las farolas sea tapada por las hojas de las copas.
Esta segunda opción tiene también algunas desventajas: mayor coste de construcción, al tener que poner más puntos de luz y más farolas y más vulnerabilidad frente al vandalismo. Tanto en este caso como en el que una farola se estropee por motivos involuntarios, sí son útiles los sistemas de sensores que detectan la avería y avisan al servicio de mantenimiento inmediatamente, de forma que la reparación se puede hacer mucho más rápidamente y evitar así precisamente puntos oscuros por falta de uniformidad lumínica.
Ahora bien estos sistemas son costosos y laboriosos de implementar, no como en el anuncio de Amazon pasado por televisión este último Navidad, en el que parecía que poniendo un bote cilíndrico -que llaman Alèxiasobre una tabla ya se podía controlar domóticamente todo un vivienda. Por cierto, habrá que ir muy en cuenta con Amazon para que este gigante de la venta on line sí puede desertización de comercios nuestras calles en pocos años si no tomamos conciencia -tanto o más los usuarios que los propietarios de los comercios- de este peligro.
Iluminar con LEDS
Para no deslumbrar también se deben evitar (mejor con sentido común que no con prohibiciones) los paneles luminosos de leds que algunos comercios y algunos bancos ponen a sus escaparates, con una intensidad lumínica que no sólo molesta sino que a veces incluso y todo asusta, al cambiar repentinamente la intensidad de sus imágenes. O estas cruces de farmacia que debes tapar los ojos cuando pasas cerca de lo que deslumbran y además, de lejos, se confunden con los semáforos, verdes o rojos. Si pensamos que, para que los leds puedan hacer la misma luz gastando uno 10% de energía, podemos seguir gastando la misma cantidad de electricidad es que no hemos entendido cuál es la utilidad del progreso tecnológico, ni cuáles son las amenazas a nuestro planeta.
Tampoco nadie debe pensar que si hay más luz desaparecerán los delincuentes. Es cierto que una buena iluminación ayuda a sentirse más seguro en un espacio pero es difícil evitar el sentimiento de soledad y desamparo cuando uno vuelve a casa sobre las cuatro de la madrugada por mucha luz que haya.
Por último, tampoco mejorar la iluminación puede mejorar algunos espacios públicos mal ordenados. Hay calles en Barcelona que no tienen remedio, como la Via Laietana, por mucha luz que les ponemos. Lo que se debe hacer con estos espacios es una actuación completa, cuidada y valiente; entonces sí que el espacio mejora. Un ejemplo positivo -bien cercano a la Vía Laietana- es el de la plaza de Ramon Berenguer el Grande: donde antes unos focos excesivos e ineficientes proyectaban la sombra de la escultura del conde, bien recortada sobre las fachadas de la plaza, para mayor gloria y honor, no de nuestro conde sino de la contaminación lumínica.
Y donde las aceras eran estrechas y llenas de turistas bajando los autocares, ahora hay un espacio amplio, confortable y bien iluminado, gracias a la, reforma total que se ha hecho de este espacio. Esto es lo que necesita toda la Via Laietana si se quiere mejorar.
Lo más grave de este debate en los periódicos es que parece que no aprendamos de lo que hemos pasado ni -aunque peor- que no queramos ver el presente ni el futuro. Aunque Barcelona tenga la economía sana, hay que ahorrar energía, toda la que se pueda y sea razonable para reducir la contaminación lumínica, para reducir la contaminación producida por la generación de electricidad y para reducir sus costes económicos y destinar el dinero ahorrado a cosas más necesarias. Y si no se tienen muchos recursos económicos -que si miramos, en global, la economía de nuestro país, esta es nuestra situación- no podemos endeudarnos por cosas que no se necesitan. No seamos de nuevo, nuevos ricos con nuestros recursos públicos!
Notas
(1) La prensa diaria tiene este problema de imposibilidad de profundizar y ser rigurosa en cuestiones técnicas, por falta de tiempo y de espacio.
(2) Proyecto para la mejora de los espacios urbanos del centro urbano de Mollerussa. Autores: Cristina Clotet y Esther Gatnau
(3) Todo es comparable. Óscar Tusquets. Editorial Anagrama.1998. Capítulo Sobre Luces.
(4) Aparte de que, si no se está acostumbrado, la sensación de que da la variación del nivel de iluminación es aún de más inseguridad
(5) Y si no nos ponemos de acuerdo, en todo caso tendría que votar entre todos qué tipo de alumbrado se quiere para la ciudad (o partes de ella) como dice un amigo, (que también defiende que hay que votar si los impuestos de los ciudadanos deben servir para fiestas populares y celebraciones, que él nunca aprovecha).
(6) Esto es creer demasiado en la luz. Sólo en el teatro la luz es -o puede ser- la máxima protagonista, en la realidad cotidiana no.
Autoria de les fotos: Fotos del autor y de Aina Gatnau
Nota del editor
Este artículo fue publicado origináriamente en L’Informatiu número 359 de marzo de 2019